Reencontrarse con un viejo amigo, reconforta el alma y alegra la vida, pero cuando después de una labor de comunicación, muchas llamadas, y una página en la red social, se logra reunir a un grupo de personas que hace “apenas” 28 años recibían su grado de bachiller, es activar una cascada de emociones difíciles de olvidar.
La cita era en la cabaña del amigo Ovelio, ubicada en el sitio más estratégico del sector de los miradores de Taganga, llegue pasado el mediodía, y allí estaban, Ana Celsa, con su sonrisa siempre generosa, Libia a quien no le pasan los años, Jakeline Pacheco, quien llego desde Bosconia, Margarita Gamboa, con su energía desbordante de siempre y Diana Restrepo, con ese brillo en los ojos que hacia ruborizar a más de uno en las aulas del “Lidelca”. Con ellas el anfitrión, un notable médico con una fructífera carrera en el departamento de la Guajira, un poco pasado de kilos, pero con el ánimo de los años mozos. Su abrazo sincero me hizo sentir en casa, y vaticinaba lo que sería una muy agradable velada.
Entre risas y recuerdos, iba llenándose la terraza, la música empezaba a animar el ambiente, y entre los compañeros, fue agradable recibir María, y su hermana Lucy Ramos, Eduardo Hernández, arquitecto y empresario hotelero, Irene Macías Abogada, hermana del gran Romualdo, a quien esperamos en la próxima reunión, El Medico Jaime Trujillo, quien después de tantos años, me hace un par de jocosos reclamos por nuestras coincidencias, con más de una novia de adolescencia, Laureano, Abogado, funcionario de la Fiscalía en alguna ciudad de la Costa, Carlos Restrepo con su jovialidad se siempre, Alfredo Gutiérrez, otro samario en la fría Bogotá, el gran Prudencio Pérez, mi hermano del alma, eterno concejal de la Zona Bananera, Alfonso Lopesierra, Medico con aspiraciones políticas (en buena hora), Wilmer López, quien fuera uno de los mejores futbolistas que he conocido, diestro con el balón en la polvorienta cancha de nuestro querido claustro, Carlos Pacheco, amigo de siempre y con quien eventualmente comparto una conversación amena, Pedro Peñaranda, otro gran conversador, y el Gran “Fonsi” como llamamos cariñosamente al amigo Fabio Hernández, quien después de tantos años, sigue personificando mágicamente a aquel personaje de la Televisión de los setenta.
El momento del almuerzo (o cena temprana) fue el único espacio que dio paso a la solemnidad, y al suscrito le correspondió más circunstancial que democráticamente, expresar unas palabras, que a un sanguíneo como me he declarado, casi sacan una lágrima. Escoceses iban y venían, y mientras la tarde moría en el horizonte, crecía la emoción de todos, y como los adolescentes de entonces, disfrutábamos de las piruetas de El Fonsi quien intentaba a sus 45 ejecutar uno que otro paso de Break Dance ante la hilaridad de todos.
Caía la noche, hora del consabido conjunto vallenato, y entre nota y nota, y azotar baldosa llegaba la hora de la despedida, al final, los improvisados versos de Jaime Trujillo y la celebración de quienes nos resistíamos creer que la fiesta había terminado, llegó la hora de partir, y desde la carretera mirando la hermosa cabaña-mirador, se divisaba al amigo Ovelio, el gran anfitrión en la terraza, despidiendo a este grupo de “adolescentes”, quienes como saliendo de un trance hipnótico empezaba a volver a su realidad.
Nos vemos en el proximo encuentro amigos del alma.
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