domingo, 26 de diciembre de 2010

Volver a empezar




A mi adorada hija...

Durante nuestra existencia, muchos son los caminos que recorremos, y muchas las circunstancias vividas en la búsqueda de nuestro bienestar. Equivocarnos de vez en cuando, parecería ser parte esencial de nuestro recorrido, Parar, retomar fuerzas re-direccionar el camino e iniciar de nuevo, es una opción que muchos mortales hemos debido tomar una y otra vez. Esfuerzo y coraje, son buenas armas para esgrimir en situaciones especiales, en las que hemos podido llegar a sentir que todo está perdido.

Hace algunos años, mas de los que quisiera, viví una experiencia en compañía de mi adorada hija, que marcaría para ella el significado del esfuerzo, puesto a favor de comenzar de nuevo, cuando aparece el fracaso. Ella tendría apenas cinco años, y una de las cosas que más disfrutaba, era caminar con ella una playa en la aun frecuentan grupos de pescadores de mi querida Santa Marta.

No eran aún las seis de la mañana, el sol apenas despuntaba sobre los picos de la Sierra Nevada, y un grupo de estos valientes hombres curtidos por el sol, se disponía a sacar un enorme trasmallo, que horas antes habían metido al mar con la esperanza de sacar su sustento. Con gran destreza, la que solo dan los años de experiencia, en dos grupos y formados en filas separadas a cada extremo de la cuerda, los hombres de mar iban halando con fuerza la enorme red, reduciendo cada vez más la distancia entre las filas. Contagiado por esa energía que propiciaba la escena, decidí con más temeridad que maestría, unirme al grupo, mientras mi princesa miraba expectante. Yo con cara de superhéroe y los brazos adoloridos por el esfuerzo, miraba su rostro iluminado y le gritaba que en poco tiempo vería el resultado del “esfuerzo” de su arrojado padre.

Los hombres de mar, disfrutaban, al ver a aquel aprendiz de pescador haciendo su mejor esfuerzo y mientras yo veía uno a uno sus rostros, descubrí a una señora entrada en años, que integraba uno de los dos equipos y quien en iguales condiciones hundía sus pies descalzos en la arena, mientras tiraba con fuerza de la cuerda.

Pasado unos minutos, que a mis adoloridos brazos parecían horas, el trasmallo iba llegando a la playa al tiempo que yo notaba que su peso disminuía… intuyendo lo que pasaba, vi los rostros de los valientes hombres y desencajarse mirando con frustración como llegaba la red con apenas unos peces que no justificarían el esfuerzo colectivo. Un silencio profundo acompaño la escena, inmediatamente mire los sorprendidos ojos de mi hija, quien a sus cinco años, veía a su “superhéroe” desilusionado, yo, quien presumo de encontrar siempre que decir, quede sin palabras… hasta cuando con voz firme, la matrona, quien oficiaba como jefe del clan, dijo: “ Bueno…. Vamos a echarlo otra vez….”, y mágicamente, como activados por un botón, todos cambiaron su expresión de desconsuelo y se dispusieron a organizar los aperos de pesca para reiniciar la tarea.

De vuelta a casa, conduciendo el flamante Willys´ 48 heredad de mi padre, explicaba a mi hija la importancia de no dejarnos amilanar por el fracaso, y de cómo cada vez que no consigamos una meta, debemos tener el coraje y la determinación de volver a intentarlo.

No puedo decir si en ese momento mis palabras fueron las indicadas, pero después de más de siete años, y cada vez que puedo, recuerdo a mi adolescente hija la escena, cada vez que tiene que volver a empezar.

¡Lo hago por tu bienestar mi princesa!


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